No eres ni serás la única persona en mis sueños. Quiero a demasiada gente. Pobre de tí si lo crees o de hecho lo esperas. Mis pensamientos son libres, ya ni intento domarlos. Y no, no puedo ni quiero controlarlos, es más, pienso entregarme a ellos.
Sedúcelos tú si eres digna. No veo el problema.
Últimamente estoy aprendiendo a considerar mi costumbre de dejar escapar las ideas como algo bueno. Hace tiempo lo consideraba frustrante, quería atraparlas todas, incluso me arrepentía de mi pereza cuando dejaba se me olvidara alguna. Quería ser un gran poeta y un gran filósofo. Pero pronto caí en la cuenta de que la mayoría de veces uno no es el primero en tener una idea y que un síndrome de diógenes de las ideas me llevaría probablemente a taponar mis glándulas pensadoras.
Pensar, cuando se hace bien, es algo dinámico. Desechar ideas un acto de meditación.
Las buenas ideas vuelven solas.
La misma idea formulada por otra persona es una idea complementaria.
«Una taza de agua, tres cucharadas de café», pienso. Tanto pensar y tantas ideas a medias. Creo que estoy a punto, por enésima vez, pero esta vez de verdad, de tomar una decisión: dedicar tiempo a no pensar. No pensar hasta tener una idea. Una idea completa. De principio a final.
Estoy harto. Harto de medias metáforas. Harto de versos que no llegan a estrofas. Harto de no terminar.
Aún así, me pregunto se esta no es otra de esas ideas destinadas a quedarse a medias… ya que estamos, ¿por qué no dejarla a medias también? Al fin y al cabo, si no fuera porque las cosas están a medias, estaríamos muertos. O peor aún: viviríamos eternamente.
Si el mundo pudiera terminarse, lo habría hecho ya.
Nietzsche… Creo.