Últimamente estoy aprendiendo a considerar mi costumbre de dejar escapar las ideas como algo bueno. Hace tiempo lo consideraba frustrante, quería atraparlas todas, incluso me arrepentía de mi pereza cuando dejaba se me olvidara alguna. Quería ser un gran poeta y un gran filósofo. Pero pronto caí en la cuenta de que la mayoría de veces uno no es el primero en tener una idea y que un síndrome de diógenes de las ideas me llevaría probablemente a taponar mis glándulas pensadoras.
Pensar, cuando se hace bien, es algo dinámico. Desechar ideas un acto de meditación.
Las buenas ideas vuelven solas.