Normalmente no me gusta hablar de política, igual que no me gusta hablar de fútbol. Digo normalmente porque depende, ahora estoy haciéndolo. Pienso que hay que distinguir entre la política mediática y la política como herramienta ética y práctica del mercado.
Para poner un ejemplo de a qué me refiero cuando digo que hay que distinguir al hablar de política: prefiero considerar lo que SÍ se puede hacer a quejarme de lo que NO, le quito importancia a mis enemigos y me tomo la justicia por mi mano. De hecho para esto tengo una justificación casi matemática: hay tantas cosas que se pueden hacer que prohibir unas cuantas es como restar números finitos al infinito. Pero esta vez voy hablar también un poco de lo que me molesta (no sin contaros qué es lo que me gusta), si no no haría ni falta mencionar a la política.
No me gusta hablar de política pero me considero activista. Esta es una cosa que frecuentemente genera discusiones que degeneran rápidamente en tópicos curiosos, ya que es difícil, muy difícil por lo que parece, entender que a pesar (¿cómo que a pesar?) de estar completamente en contra de la opresión, no siento respeto hacia el comportamiento panfletario viciado de la llamada izquierda y que no por no considerarme de izquierdas soy de derechas (suponer eso solo da indicios de lo poco acostumbrado a pensar que están muchos, ya que no solo hay derecha e izquierda en la vida, hay de tó, y no es esta visión una sabiduría difícil de adquirir). No voy de nada y punto.
Soy activista y represento mis intereses (y los de los míos), tengo buenas intenciones, pero da igual, no importa tanto si me creéis, importa lo que haga. Hago mi trabajo e intento mejorar el mercado que me rodea. No creo que alguien sea lo suficientemente omnipresente para poder confiarle los problemas de mi supervivencia, por lo tanto rechazo el Estado por principio, sin significar eso que vaya a cargar contra el mismo a lo loco. Asumo las consecuencias de mis actos.
Descubrí hace no mucho que eso y poco más es ser anarquista. Pero descubrí también que nos han jodido la palabra. Nada más decir que me considero anarquista llueven puñaladas, independientemente de qué haya dicho antes, incluso estando todos de acuerdo. De hecho yo no voy de anarquista, pero si tuviérais que clasificarme esa sería la palabra adecuada y punto.
Hay que entender que la política-activismo de la que sí hablo no es nada más que el juego de influencia sobre el mercado, legítimo en mis ojos. Digámoslo bien: hablar de negocios. La política mediática es un robo de atención, ya que en un mundo de redes distribuidas todos somos políticos y activistas de mercado si dejamos de lado la mentalidad de asalariado. Considero ilegítimo ese robo de atención igual que la limitación de libertades en general que conlleva la política mediática tanto a nivel real, mediante leyes, como a nivel psicológico, cultivando la falta de voluntad de decisión del ciudadano, invitándole a la delegación voluntaria de sus responsabilidades y derechos. Pero creo que la misma responsabilidad carga el ciudadano al delegar voluntariamente (hoy en día ya no son obligaciones, todo son oportunidades, vivimos en la era del «si no lo haces es porque no lo quieres de verdad») y en consecuencia, no siempre considero legítimo quejarse (ojo, tampoco necesariamente ilegítimo), si has votado aún menos.
En resumen, una vez más pienso que es cosa de definición de conceptos, y pienso que es importante que lo hagamos todos, preguntarnos de qué estamos hablando, ya que si no se hace no se llega a ninguna parte. De hecho, esa es la única manera de escapar de la máquina, ya que uno de los principales objetivos de la política mediática (también del terrorismo) es confundir conceptos, y evitar eso sí es oponer resistencia.
¡Es magnífico que nos permitas leer tus procesos, Rapha, justo como contabas en el anterior post!
Gracias! No es nada que no se haya dicho, pero lo cuento desde mi propia síntesis.