El humano es un animal curioso. El único para cuya vida lo más importante son sus objetivos. Son nuestro motor. Creo que no es pretencioso querer justificar esta afirmación con el sentido común ya que todos lo hemos experimentado.
Entiendo objetivo como cualquier cosa que se quiera alcanzar, más allá de méritos o logros, algunos de mis objetivos son, por ejemplo, no sacarme una carrera, conocer más gente capaz de hacerme cambiar de opinión, vivir con mi mujer, estudiar el Go, levantarme mañana, leer un libro, satisfacer mis necesidades vitales, etc., lo dicho, aquellas cosas que me mueven a hacer algo.
De forma más o menos consciente y aunque cada uno tenga su manera de juzgar al respecto, el principal tema de nuestras vidas, aunque muchas veces en segundo plano, es definir objetivos y adquirir costumbres enfocadas a alcanzarlos. Diariamente pasan por nuestras cabezas miles de decisiones posibes enfocadas a cumplir objetivos y a elegir nuevos.
El arte no es tomar decisiones correctas, es tener objetivos
Muchas veces uno se para a reflexionar sobre cómo tomar «la mejor decisión» o cuál sería el «mejor objetivo». En cada momento, tomar mejores decisiones o elegir aquellos objetivos que nos hagan sentir realizados es también un objetivo. Muchos de nuestros miedos, decepciones y depresiones nacen de la incertidumbre acerca de nuestras decisiones y objetivos. Ese es un peligro que en un mundo de información y posibilidades conocidas como el actual aumenta radicalmente. Todo es posible y siempre hay alguien que es mejor tomando decisiones. Lo malo no es eso, lo malo es constantemente saberlo. Cuando el único objetivo es optimizar la toma de decisiones, tomar decisiones parece haber perdido su significado artístico.
Lo que yo he querido llamar «el arte de elegir objetivos» asienta su base en asumir este problema como punto de partida y pretende tratarlo de raíz. La depresión, la falta de objetivos y la negación de toda posibilidad de desarrollo, es la peor enfermedad que el humano puede sufrir. Peor que vivir encerrado. Peor que la muerte.
Tomar decisiones correctas no es un arte, no porque no lo sea tomar decisiones en sí, sino por lo absurdo del concepto «decisión correcta» en general. De hecho, el dominio del arte de elegir objetivos no es posible sin tomar decisiones equivocadas ya que si siempre tomas la decisión correcta nunca necesitarás un cambio de objetivo, lo que probablemente llevará a la falta de objetivo.
Mi afirmación, pues, es que el arte está en saber elegir los objetivos correctos, ya que cuando el objetivo es tomar siempre la decisión correcta se entra en un bucle vacío que cual agujero negro absorbe tus ganas de vivir. El objetivo debe ser hacer (o no hacer) algo, concreto o no, pero algo o bien alcanzable o que como mínimo genere un significado al ser intentado, es decir, que no quede en un «intento vano». La cosa no va de no intentar lo imposible, la cosa va de definir el objetivo con la suficiente ambigüedad (y precisión) como para que el fracaso no genere vacío o aún peor sentimiento de culpa. El sentimiento de culpa es el resentimiento de una decisión incorrecta.
Cometer menos errores no es tener menos arte. «El arte de elegir objetivos» no es, como ya habréis notado, una inteligencia puramente lógica y pragmática. No somos ordenadores. Los ordenadores no tienen objetivos, tampoco cometen errores. Es una inteligencia más bien emocional: la gran lógica de este arte es que desde la creatividad se es más productivo, entendiendo bajo productividad tanto capacidad de alcanzar objetivos como capacidad de generar nuevos objetivos. Un objetivo puede ser también no tener objetivo. Ver una paradoja en esto último no es necesario.
No hay un Objetivo Único, Central y Superior
La única forma de no tener que cambiar de objetivo sería fijar el Objetivo Único, pero el Objetivo Único es una paradoja, es igual a la falta de objetivo en valor: quien persigue un único objetivo durante toda su vida pierde amplitud de miras hasta el punto en que fracaso es igual a muerte en términos metafóricos. Y voy a decir más, girando un poco el asunto, la única manera de aproximarse a tomar siempre decisiones correctas es fijar los correspondientes objetivos, variados y flexibles o, como mínimo, simples, ya que la correctitud de una decisión siempre depende del objetivo al que va orientada. Decisiones correctas no lo son siempre.
Lo que quiero decir cuando hablo de «El arte de elegir objetivos», no es más que inteligencia definida por la siguiente ecuación: inteligencia es la capacidad de aumentar la diversidad de decisiones futuras correctas. El objetivo es «mejor» cuantos más distintos desarrollos ofrezca a continuación. Por eso el gran valor que veo en trabajar sobre los hábitos. Definir motivos por los que tener un determinado hábito nos dará control sobre ellos y ese es el mejor camino con miras a poder proponerse con seguridad lo que sea que a uno le venga en gana.
«El arte de elegir objetivos» y el poder del Go
El Objetivo Único en el Go sería ganar, pero si juegas simplemente a ganar pierdes. Hay que dejar espacio al oponente. Uno está obligado a «no hacer» por un turno, plantearse el objetivo más próximo, tomar una decisión y parar de nuevo a ver que pasa. Turno por turno.
Los objetivos son múltiples y varían según el momento, extender moyo, asegurar un poco más de territiorio, cubrir puntos débiles, unir grupos que peligran, no dejar escapar un grupo muerto del contrario, invadir… cada cosa a su tiempo. Y si, todos ellos tienden al Objetivo Único, pero han de ser necesariamente distintos a él para tener significado y una forma correcta de decirlo sería «gana el que más significado genere en cada movimiento», el que sea capaz de siempre ver la parte buena del movimiento del contrario o como equivalentemente he dicho más arriba, el jugador cuyos objetivos ofrezcan más posibilidades de desarrollo, que a cada turno sea capaz de valorar de nuevo sus objetivos y no se obceque durante demasiado tiempo en hacer algo que no sabe si va a funcionar o, peor aún, ni siquiera para qué puede servir.
Tras jugar mucho, uno empieza a darse cuenta del poder del ejercicio. Automáticamente tiende a no tener sólo un plan sino a tener decenas de ellos a cada instante, preparado a poder elegir aquel que menos te esperabas. Aprende a no frustrarse por el fallo de ninguno de ellos sino más bien a desarrollar fascinación por la belleza de lo aleatorio. Además, el Objetivo Único del Go (ganar) resulta no ser el más interesante ni el más motivador, lo más interesante es ganar por los pelos (importante por eso es encontrar pares).
Mis planes nunca salen, por eso tengo tendencias a no hacerlos, lo más parecido que hago es «contemplar opciones y tomar decisiones».
«El arte de elegir objetivos» es un ejercicio minimalista
Yo lo defino como una visión «casi budista» de la inteligencia, que es ambivalente y todo lo tiene en cuenta sin hacer tampoco demasiado hincapié en «la importancia de cada cosa». Es flexible y no ve dificultad en cambiar de opinión o simplemente ver la parte buena de las cosas: «una opción puede ser mala, pero el resto son muchas más». Desde una perspectiva minimalista es incluso capaz de encontrar un Objetivo Único: dar otro paso, disfrutar de la infinita belleza de ese cambio como si fuera definitivo y así sucesivamente. La decisión es dar el paso, el objetivo disfrutar del cambio. Hacer para poder volver a no hacer. No hacer para poder volver a hacer convencido. Y todo por reflejo, por hábito, sin constantemente pensar en ello, teniendo presente solamente la fascinación.
Spare yourself from seeking love, approval, or appreciation—from anyone. And watch what happens in reality.
Byron Katie
¿Quiénes dominan este arte?
Este arte no se domina, yo diría que es un arte por el cual hay que dejarse dominar. Como en el Go: es tan fácil que cualquiera puede aprenderlo, pero tan difícil que nadie puede afirmar que gana siempre. El arte, en gran parte también consiste en aceptar que eso es así. Es un arte que engloba muchas cosas. El Objetivo Único, entenderlo y dominarlo completamente es, como ya he intentado explicar, complejo hasta lo paradójico, como querer fabricar un lápiz sin ayuda. Dominan este arte aquellos que sienten pasión por lo que hacen, toman decisiones por ver que pasa, se dejan llevar por objetivos indefinidos, buscan sorprenderse a sí mismos y son capaces de entender, con algo de estoicismo científico, que por mal o distinto que salga todo, el mundo sigue.
Tengo mis dudas acerca de la expresión «estoicismo científico»… quizás no es lo que quería decir.
La frase «cuando el único objetivo es optimizar la toma de decisiones, tomar decisiones parece haber perdido su significado artístico» me ha pegado tan fuerte que lo demás lo he leído bajo su eco, en segundo plano.
Ya no solo es la «deliciosa libertad de equivocarse» que decía Chaplin, es que es estúpido buscar una manera óptima e indiscutible, pues cuando esto es posible hablamos de un resultado matemático y eso por definición deja de ser una elección.
Asumir y aceptar la ambigüedad de cualquier proyección de futuro, el poder del wu wei, el «pensar rápido» de Kahneman, el mágico cosquilleo de la incertidumbre, el Sendero Dorado de Dune… todo me ha venido de golpe con esa puta frase. ¿No hay un archivo de «Aesirquotes» o algo? 😀
La filosofía asiática da para mucho, es lo que tiene el Go, lo que tienen las artes marciales, y lo que tiene también leer a Byung-Chul Han.
Este tipo de conversaciones me recuerdan a Los vagabundos del Dharma (queda pendiente de comentario).
Usando #aesirquotes en la matriz podemos hacerlo.¿no?