Originalmente iba a llamarlo simplemente «El error de caer en definiciones», pero caí en que definir conceptos es básico para una comunidad filosóficamente productiva, para no caer una y otra vez en tener que definir cosas desde el principio. Pero sobre todo en la dificultad de hablar, y sobre todo de entenderse con gente que no comparte tu entorno y por lo tanto tampoco tus definiciones, quiero incidir.
Conversar con gente distinta
Es complicado conversar con una persona distinta si no se aprende a ver más allá de las propias preconcepciones para entender lo que realmente quiere decir. A lo largo de mi vida he tenido la suerte de conocer y conversar con gente extremadamente distinta, desde lo humilde hasta lo rico, desde dogmáticos fanáticos hasta anarquistas locos, a ambos lados del charco, al sur y al norte y en variedad de idiomas y creencias (lo suficiente para saber que nunca lo habré visto todo). Pero no hace falta ir tan lejos, el problema empieza ya entre personas que hablan el mismo idioma y son de la misma familia: hay una tendencia en dar más importancia a las definiciones que tenemos (o mejor dicho «se tienen») de determinadas palabras que a lo que realmente quiere decir el interlocutor y una gran dificultad a la hora de reconocer que el interlocutor no está equivocado sino que está hablando de otra cosa, ya ni hablemos de intentar asumir las definiciones que él está usando para esas expresiones que nos hacen malentenderlo todo y ver si podemos darle la razón dentro de «su marco». De ahí también, como ya he mencionado arriba, la necesidad de fijar definiciones cuando una comunidad se define.
Una de las cosas que aprendí al conversar con un cristiano muy convencido, por ejemplo, es que él no va a admitir ningún argumento mío a no ser que yo le haga ver que soy aquello que él define como persona válida, una persona creyente. Y lo soy. Por lo general tengo fe en que las cosas van a funcionar. Así que no me cuesta hacer un giro en el lenguaje y decir que tengo fe en su dios, ya que en caso de que existiera, de hecho sería un buen cristiano (si existe creo que lo soy, pero como no lo se, pues no sé si lo soy, se trataría de definir qué es serlo y no solo de afirmar que lo soy… bueno, esto daría para otro ensayo). Como tengo algún conocimiento sobre la Biblia soy capaz (aunque suponga una limitación de mi libertad argumentativa) de entrar en «su marco» e incluso de hacerle superar alguna de sus barreras. Siempre desde dentro y sin pretender lograr un gran cambio, ya que en cuanto se note tal pretensión, la conversación dejará de serlo. Además, sobre la necesidad de tal cambio también se puede discutir, por lo general no es necesario ni confortante andar cambiando a gente que no está dispuesta a ello. El objetivo real es entenderse más allá de las definiciones, lo cual a la larga puede dejar de ser viable, pero es una habilidad útil.
El error de caer en definiciones
Ahora uno podría venir y decir que le estoy engañando. Pero una vez más está cayendo en un error de definición, porque realmente estoy sacrificando mi forma de definir las cosas, a la cual, en definitiva, debo mi capacidad de razonamiento, para poder hablar con él de tú a tú, y a lo mejor incluso le estoy haciendo un favor evitándole a él el doloroso esfuerzo de dejar de lado su tan apreciado convencimiento para poder entender de qué estoy hablando. Suena a que su capacidad de razonamiento es reducida en comparación con la mía, y de hecho así creo que es, la defensa fanática de cualquier postura roba capacidad de comprensión (sobre todo cuando es un fanatismo de «a ver quién es más fanático»). El valor de reducir mi marco al suyo, reside en el valor del posible acuerdo que pueda surgir, obviamente tampoco vale la pena sacrificarse para nada. Pero lo dicho, este tipo de flexibilidad es una herramienta extremadamente útil si se sabe cuándo aplicarla.
Al igual que he puesto el ejemplo del cristiano, podría aplicarlo a cualquier otro campo (gente de izquierdas, ecologistas, académicos, estatistas, antiestatistas, médicos, etc. cada uno de ellos tiene su diccionario de palabras y valores morales específico), y en cualquier otro campo requerirá también otras habilidades específicas. El otro día, por ejemplo, me lié en una discusión interminable con mi abuela por decir que «todos tenemos nuestro toque de esquizofrenia», lo cual a ella, como médico, «le dolió», porque estaba usando una palabra del ámbito médico sin conocimientos de medicina (lo cual es cierto, pero no quita significado a lo que yo pretendía decir), y no fuí capaz de transmitirle lo que realmente quería decir, ya que ella se quedó colgada en que «las palabras tienen una definición y no podemos usarlas como nos dé la gana».
Lo cierto (que me corrija un experto, si es que lo hay) es que las palabras pueden tener distintas definiciones según el contexto en que se usan (las cuales no existían como tales antes de ser fijadas, sea por consenso o por imposición), lo cual no quita que, a riesgo propio, podamos usarlas como nos dé la gana. Y de hecho es lo que hacemos todos por mucho que nos esforcemos en «buscar las definiciones pertinentes» -para evitar el trabajo de definir las cosas por nosotros mismos y asegurar que otros nos entiendan-, al final usamos las palabras como nos parece. No hay definiciones más pertinentes que las que nosotros mismos nos molestemos en fijar. Ni el Padre Universo ni la Madre Tierra fijó nada de eso, siempre fueron las personas. Pero eso es algo que pocos se detienen a analizar y reconocer, es algo que yo casi afirmaría «se aprende o no se aprende y es muy difícil enseñar».
Dejar de lado unas para fijar otras
Y como pocos -por fijar un número arbitrario- son conscientes, quizás mejor dicho, muchos no lo son, la habilidad de uno mismo desprenderse de lo que cree saber o haber aprendido, es decir de las definiciones que tiene por correctas, es incalculablemente valiosa a la hora de, por ejemplo, explicar lo que otros no entienden, o llegar a entender culturas o formas de tratar con la realidad radicalmente distintas a la suya y sobre todo no eliminar la posibilidad de tratar con gente distinta por cuestión de definiciones (usualmente llamados prejuicios). Por otra parte, cuando se empieza a formar un determinado círculo de gente entre la que se produce una conversación filosóficamente interesante o productiva, es esencial definir conceptos (para que eso sea posible como grupo, es imprescindible que los individuos dispongan, consciente o inconscientemente de la flexibilidad anteriormente descrita), de forma dinámica, para que la construcción de la conversación sea progresiva y no un círculo que vuelve siempre atrás a los mismos temas con los mismos argumentos (o con la misma falta de capacidad de juicio).
Estas dos habilidades, ser capaz de dejar de lado sus propias definiciones predeterminadas, y ser capaz de determinar definiciones nuevas para (y en) un grupo o comunidad, son recíprocas y son las que considero fundamentales para desarrollar «El arte de entender».
Queda para otra ocasión buscar una analogía para «El arte de entender» en el tablero de Go.
Fua, un traiecto andando de 10 minutos se me han pasado 40 analizando situaciones pasadas que gestione desde en querer entender. Muy buen escrito, te animo a que sigas así. Un abrazo
Gracias! Me alegro de que te haya gustado! Aunque precisamente este texto contiene un error de razonamiento por el cual ya he sido con razón criticado. Lo realmente importante creo que es la conclusión y algunos puntos intermedios, más que el razonamiento que me lleva a unirlos que es un poco falaz, no puedo generalizar a partir de dos ejemplos, y tampoco todas las formas de pensar son hackeables, creo que me he pasado prometiéndome las maravillas de «El arte de entender». De hecho yo no podría afirmar que soy musulmán, porque no me sé sus códigos, y aparte, el valor de «engañar» a diestro y siniestro es cuestionable también. Pero si se quitan algunas exageraciones, creo que se puede destilar un núcleo práctico de la cosa.
Stat rosa pristina nomine; nomina nuda tenemus
Sí señor. Qué importante es diferenciar entre discusiones productivas y batallas dialécticas. Qué diferente e interesante se hace la conversación cuando uno está pendiente de lo que el otro quiere expresar como buenamente puede y de buscar herramientas para comunicarse en lugar de sacarles brillo sin más a las que hay a mano.
En fin, me ayudas también a entender por qué a la gente le da pereza comentar mis posts aunque les gusten 😀
Digamos que todo depende del significado que persiga cada uno en su conversación.