Tras las aberraciones que se cometieron en el siglo pasado, mi generación y las dos anteriores fuimos educados en el «no se ofende, no se agrede, no se blasfema, no se discrimina», «hagamos un mundo mejor». Un mundo mejor sin selección natural. Lo natural, que es sentir dolor, rebelarse contra él y morir en el intento ha pasado a ser una idea horrible.
Lo veo en niños, a los que castigan por defenderse de un abuso, que reciben reprimiendas por simplemente decir «¡porque no quiero!». Ellos no entienden lo que pasa, lo natural para ellos es actuar cuando no les parece bien algo, pero resulta que eso es malo.
Sea por educación o por falta de autoridad, llega el momento en que crecen y se les olvida preguntar de nuevo. Incluso desarrollan sentimiento de culpa y reprimen la pregunta. Y los «adultos» les premian por haber aprendido.
¿Aprendido a qué?¿A obedecer?¿A no preguntar? ¿A no defenderse?¿A aceptar la profecía autocumplida de que son unos débiles?
Dos tipos de libertad
Libertad individual, aquella que concierne a nuestras preocupaciones personales, a la dificultad o facilidad de alcanzar la satisfacción total, realmente relacionada con la felicidad. Una libertad blanda, interna y negativa. Aquella que se atribuye al que no necesita mucho, al sabio, al aborigen, al bohemio o también al genio despreocupado. Libertad global, aquella que concierne