Así que cómo podía importarme lo que los viejos masticadores de tabaco de la tienda del cruce dijeran sobre mi mortal excentricidad; todos nos convertimos en lo mismo en la sepultura, además. Hasta me emborraché un poco con uno de esos viejos en una ocasión y anduvimos en coche por las carreteras de la zona y de hecho le expliqué cómo me sentaba en aquellos bosques a meditar y él lo entendió de verdad y dijo que le gustaría hacer la prueba si tuviera tiempo o consiguiera reunir el suficiente valor, y había algo de lúgubre en su voz. Todo el mundo lo sabe todo.
Los Vagabundos del Dharma, Jack Kerouac